En nuestro día a día, la cultura lo impregna todo. Aún no siendo consumidores culturales, nos encontramos con decenas de agendas culturales (impresas o digitales), eventos de Facebook, flyers y carteles en las calles y en las tiendas…
Pero… ¿Nos hemos parado a pensar qué es eso de la cultura? ¿Para qué sirve? ¿Por qué las instituciones públicas tienen el monopolio?
Pues bien, voy a intentar aclarar todo esto y mucho más, o al menos intentar poner un poco de luz en el asunto.
¿Qué es cultura?
Si buscamos en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua encontramos tres acepciones:
- Cultivo.
- Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
- Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial… en una época, grupo social, etc.
Con estas tres definiciones ya sabemos más o menos de que va, pero no acaba de quedar muy claro. Así que vamos con otra definición bastante más amplia y que nos dará más pistas:
Según la UNESCO, la cultura puede considerarse como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.
Todos los seres humanos tienen la necesidad y la capacidad de crear. Desde un primitivo tejido hasta la creación de sitios web, cada quien busca la manera de expresarse artísticamente y de participar en la vida de su comunidad.
El hombre es el medio y el fin del desarrollo; no es la idea abstracta y unidimensional del Homo economicus, sino una realidad viviente, una persona en la infinita variedad de sus necesidades, sus posibilidades y sus aspiraciones…Por consiguiente, el centro de gravedad del concepto de desarrollo se ha desplazado de lo económico a lo social, y hemos llegado a un punto en el que esta mutación empieza a abordar lo cultural.
Llegados aquí, parece que ahora está todo más claro… Pero se queda uno con la sensación de que cultura es casi todo. Y de alguna manera es así.
Pero paseemos un poco por la historia antes de definir concretamente que enmarca la cultura, porque su definición y su función han ido cambiando a través del tiempo, y si en el siglo XVIII en Francia era un elemento diferenciador, ahora es (o debería ser) un elemento clave de integración y desarrollo.
Hasta hace pocos años la utilización de la cultura como elemento participativo en el proceso de desarrollo económico y social era un tema prácticamente ignorado. Su uso como mecanismo generador de riqueza y de transformación era un tema altamente polémico, objeto de fuertes controversias y comúnmente susceptible de varios etiquetajes ideológicos. La cultura, por encima de todas las cosas, es empoderamiento. Empoderamiento del individuo, pero también de la sociedad, de las empresas o instituciones.
Y, llegados aquí, hemos hallado la respuesta a una de las preguntas formuladas en las primeras líneas de este artículo: ¿Por qué las instituciones públicas tienen el monopolio de la cultura? O, más concretamente: ¿Por qué los presupuestos de cultura los gestionan las instituciones públicas?
La cultura es un bien preferente y, como tal, el estado tiene que administrar y utilizar el presupuesto (que es propiedad de todos y cada uno de los ciudadanos) siguiendo unos objetivos claros y pensando en transformar más que en entretener.
Los bienes preferentes son aquellos bienes que satisfacen las necesidades individuales de cada persona y también las de la sociedad, y como preferentes deberían ser tratados por el Gobierno.
El Estado debería de proveer (o al menos estimular) la creación de bienes preferentes incluso aunque esto se oponga a las preferencias individuales, dado que la creación de dichos bienes preferentes aumentará tanto el bienestar social como el bienestar individual (y aunque la demanda social suele ser mayor que la individual).
Y aquí aparece la figura de un actor clave: El programador.
Un buen programador cultural no es el que programa lo que le vienen a vender, sino el que busca lo que se necesita para cumplir los objetivos marcados. El objetivo último de todo programador comprometido es dejar huella, cambiar de alguna manera los referentes, valores y hábitos culturales de la comunidad donde se inserta su proyecto o institución. Como dice Salvador Sunyer: una de las tareas básicas de un director artístico consiste en crear necesidades en el público, conseguir no sólo llegar a una audiencia lo más amplia posible, sino que toda ella se “sofistifique” gradualmente.
Hace años casi nadie consideraba la prevención, la ortodoncia, la dieta o los controles preventivos como parte intrínseca de la sanidad. De igual manera, hay que conseguir que el gusto por la cultura pase a ser una necesidad básica de la colectividad.
Esta voluntad de trascendencia, combinada con la necesidad de continuar activo como programador valorado, explica buena parte de las opciones estratégicas de los programadores mejor considerados. El principal indicador de evaluación será el impacto a medio y largo plazo sobre el conjunto de factores que han influenciado la línea elegida. Y, como en cualquier otro oficio, los buenos profesionales no abundan, pero cuando la suma de ingredientes propuestos permite crear un buen caldo de cultivo, la calidad de la vida cultural se ve a la larga ampliamente beneficiada.
Y por último, no nos olvidemos de aclarar qué se encuadraría dentro de la cultura:
- Las artes, la literatura y la música
- El patrimonio material e inmaterial
- Industrias culturales y creativas (Clasificación realizada por el Departament for Culture, Media and Sport del Reino Unido)
- Publicidad
- Arquitectura
- Arte y mercado de antigüedades
- Artesanía
- Diseño
- Diseño de moda
- Cine y video
- Softwares interactivos de entretenimiento
- Música
- Artes escénicas
- Edición
- Software
- Televisión y radio
Las industrias culturales y creativas han conseguido en los últimos años unificar su composición, por un lado porque todos los países incluyen en el PIB la aportación económica de la cultura y, por otro, para poder hacer comparativas entre los diferentes países.
Canarias Cultura | 25/19/2017 |